Roma. 24 de diciembre de 1541:
Fue la fecha en que Miguel Ángel descubrió El
Juicio Final, pintado en la pared del altar de la Capilla Sixtina ,
lo más suave que se oyó es "a este tipo se le ha ido la cabeza".
Todos los protagonistas del Antiguo y Nuevo Testamento estaban desnudos y con
todas sus "cositas" puestas.
Gestos crispados, escenas caóticas, miedo, espanto... Si eso
era lo que le esperaba a un cristiano, mejor hacerse musulmán.
El juicio final era un festival de testículos, culos y
posturas obscenas, y esto, en la
Roma del s.XVI, dejó a algún cardenal infartado. Dónde había
quedado aquella armonía de las figuras que Miguel Ángel había pintado veinte
años antes en la bóveda de la Capilla Sixtina. Pues se había quedado en el
camino.
Miguel Ángel era ya muy mayor, más pesimista, estaba
de vuelta de todo, había tratado hasta con diez papas distintos y volcó todo su
genio en aquel fresco convulso y caótico. Porque Miguel Ángel iba con su propio
camino, y quien lo contratara ya sabía a lo que se exponía.
En el juicio final Miguel Ángel dio la vuelta a los cánones
establecidos. Los ángeles carecen de alas, los apóstoles tienen cara de mala
leche, las matriarcas de Israel están con los pechos fuera y Jesucristo, sin
barba y muy joven, hace un gesto en el Vaticano.
A Miguel Ángel casi se lo comen, pero le dio igual. Es
más, a todo aquel que le atacó mientras pintaba, lo plantó en su obra con
una postura comprometida: el rostro de un alto cargo de la curia vaticana lo
puso representado a Minos, el juez del averno, con una serpiente mordiéndole el
pene. De lo que no se libró Miguel Ángel, aunque al menos no llegó a verlo, fue
de que el Vaticano ordenara a un pintor tapar culos y genitales con trapitos
y calzones. El repintador pasó a la historia como Il Braghettone.