Menudo
disgusto tenían los parisinos a finales del siglo XIX.
Un
ingeniero vanguardista llamado Gustave, les estaba construyendo en la ciudad
una torre de hierro enorme, horrible y que no servía para nada, salvo para ser
la estructura de hierro más alta del mundo.
El único
consuelo que tenían, es que aquella torre cuya cimentación comenzó el 28 de
enero de 1887, iba a ser desmontada en cuanto terminara la Exposición Universal
de París.
La
pena es que la Torre Eiffel
la podríamos tener plantada en Cataluña, porque el ingeniero Gustave Eiffel propuso construirla para la Exposición Universal
de Barcelona de 1888. Pero los responsables del Ayuntamiento barcelonés dijeron
que aquello era muy caro, muy raro y que no encajaba en la ciudad.
Además
Gaudí ya estaba construyendo su gran obra y la Sagrada Familia y la Torre Eiffel se daban de
tortas. No pegaban. Así que Eiffel se fue con su torre a otra parte, a París,
que era la anfitriona de la siguiente Exposición Universal, la del 89.
París
dijo que la montara allí pero que luego la desmontara, ya que tampoco pegaba
con la fina estética parisina y los parisinos cada vez estaban más espeluznados.
Había
que desmontarlo inmediatamente, y a punto estuvieron de hacerlo en la primera década
del siglo XX.
Pero
llego la Primera Guerra
Mundial y se descubrió que la elevadísima antena que coronaba la Torre Eiffel era crucial,
porque interceptaba las comunicaciones de los alemanes. Por fin aquella
estructura de hierro de 300
metros servía para algo.
Sirvió
entonces para ganar la guerra y sirve ahora para ser el monumento más visitado
del mundo… y pensar que podrá haber estado en Barcelona…