En
el siglo X antes de Cristo llegaron los primeros navegantes fenicios a las
costas hispanas. Uno de ellos, llamado Melkart era más atrevido y sobrepasó el
estrecho de Gibraltar, límite conocido del mundo en aquella época. Bordeando la
costa encontró la desembocadura del Guadalquivir, que en aquella época se
encontraba a la altura de Coria del Río, y remontó su curso hasta el lugar en
el que hoy se encuentra Sevilla. En un brazo del río situado en la zona de
Plaza del Salvador-Plaza de la
Pescadería estableció una colonia comercial, que recibió el
nombre de Spal, “llanura junto a un río”.
La
leyenda afirma que, sin embargo, aquellas tierras ya estaban pobladas por los
turdetanos, que al mando del rey Gerión, vivían del comercio de las pieles y
cueros de los numerosos toros bravos que ocupaban colinas y llanos de la región.
Melkart derrotó a Gerión y no sólo lo sometió a vasallaje comercial, sino que
impuso la religión egipcia sobre las creencias primitivas que profesaban los
turdetanos. Cuando murió, fue considerado héroe, santo y dios,
cambiándose, con el tiempo, su nombre, primero por Herakles y más tarde por
Hércules.
La realidad es que los ciudadanos fenicios de las ciudades originarias, Tiro y Sidón, denominaban turdetanos a los fenicios establecidos en estas tierras.
La realidad es que los ciudadanos fenicios de las ciudades originarias, Tiro y Sidón, denominaban turdetanos a los fenicios establecidos en estas tierras.
Sin
embargo, los ciudadanos de Sevilla siempre han reconocido oficiosamente a
Hércules como fundador y, por ello, encontramos su efigie en el arquillo del
Ayuntamiento (a la izquierda, mirando de frente en la fachada que da a plaza de
san Francisco) y, acompañando a Julio César, en las columnas de la Alameda que lleva su
nombre. Columnas que procedían del templo dedicado a Apolo que se descubrió en
la calle Mármoles.
Lo
del templo de Apolo hay que matizarlo. Recientes descubrimientos han
considerado que las columnas no proceden de un templo, sino del pórtico
del antiguo Foro romano de la ciudad. Igualmente se ha comprobado que no proceden
de Egipto, como se afirmaba popular y alegremente, sino que se trata de un
granito gris (no son de mármol, a pesar del nombre de la calle) típico de
Turquía. También se afirmaba que databan de la época de Julio César, pero la
datación científica las han situado en época imperial, entre finales del siglo
I y principios del siguiente.
Estas
columnas no fueron descubiertas al público hasta el siglo XIX, ya que se
encontraban dentro de la casa que ocupaba aquel solar (parecido a lo que ha
sucedido recientemente con el claustro románico de Palamós). Se sabe a ciencia
cierta que existían ocho columnas, según recogen cronistas de la época: de dos
de ellas no se sabe nada; otra se cayó durante su transporte y quedó
destrozada; dos más se encuentran en la Alameda de Hércules; las tres restantes
permanecen en la calle Mármoles.
También
en el arco que existía en la
Puerta de Jerez, destruido en el siglo XIX, había una
inscripción en latín, cuya transcripción sería:
Hércules
me edificó
Julio
César me cercó
de
muros y torres altas,
y
el rey santo me ganó
con
Garci Pérez de Vargas.